Memoria en zapatillas

Violeta Cosmano Sánchez
3 min readDec 30, 2021

Las cuadras de Avenida Rivadavia se le hacen eternas, llenas de gente, ruido, locales, vendedores ambulantes, iglesias evangelistas. Va caminando desde la boca del subte de la línea A, en Plaza Miserere, y los dedos se deslizan velozmente por el teléfono para avisarle a su amiga que está llegando, que por favor tome nota por ella del principio de la clase. Está enojada porque se equivocó de estación y ahora tiene que hacer un recorrido mucho más largo. Pero una ambulancia a toda sirena la hace frenar abruptamente en la esquina de Jean Jaures, interrumpiendo el paso. El sonido perfora su mente y la invade de humo.

Pasaba los dedos por el control remoto de forma lenta, intentando entender, creyendo que con cada cambio encontraría una nueva respuesta. Pero las imágenes en la tele se repetían. Zócalos trágicos, luces, zapatillas y gente con cara de preocupación. Todos los noticieros que ponía estaban teñidos del mismo tono, acompañados por la misma banda sonora: gritos, sirenas, pedidos de ayuda, llanto. De fondo, en su casa, la voz de su mamá rezando una oración ininteligible producto de los nervios.

Abre los ojos y se encuentra diciendo un padre nuestro, apoyada contra la pared de un kiosko. Nadie la mira, nadie la ve, y sin embargo ella se siente observada por 194 rostros distintos. Dobla y encara derecho por Jean Jaures, corriendo, olvidándose por completo de la facultad. Cruzando mitad de cuadra, se tropieza y cae, pero sigue gateando, con la mochila colgando de costado. No entiende que es esa fuerza irrefrenable que la arrastra hasta Bartolomé Mitre, pero sigue.

El teléfono sonó y cortó la seguidilla de Rosarios a los que se había sumado su abuela. Lo que siguió fue un aullido de dolor, tan agudo que le erizó hasta los pelos de la nuca. Tuvo que correr a atajar el auricular, que caía de las manos de su madre.

-¿Qué pasa papi? ¿Dónde estás?

-Vine a buscar a Mati, hija.

-¿Y por qué lloras?

-Pasame con la abuela, ¡ya!

Hace un cuarto de cuadra sobre Mitre y para. Le duelen las rodillas, tiene el pantalón roto y una zapatilla salida pero no le importa. Se apoya sobre el primer mural y respira. Huele a quemado y la boca le sabe salada, porque las lágrimas comienzan a rodar sin control por sus cachetes. Renguea el resto del trayecto, siempre con la mano y la mirada en la pared. Se detiene en la lista de nombres y la repasa lentamente, A, C, G, L, M: Matías Benítez. Se le erizan los pelos de la nuca.

La mano de su abuela sobre el hombro le pesaba demasiado, le hacía tener pensamientos feos que seguía sin entender, además de que nadie le explicaba nada. La tele seguía prendida, ahora en MUTE, y proyectaba un número que no paraba de crecer: 80, 93, 104, 122. No sabía que estaban contando pero sentía que era grave, que ese valor tenía que dejar de crecer. Cuando llegó a 145 empezó a gritarle a la pantalla. Gritó hasta quedarse sin aire, gritó porque no entendía pero lo sentía por dentro y la desbordaba.

Cuando empieza a dolerle la garganta, sabe que es momento de parar. No tiene idea de hace cuánto tiempo está a los alaridos limpios en la puerta del lugar. Le falta el aire, quizás por el asma, quizás por el recuerdo, y decide ir a sentarse en los bancos que están al final de la peatonal para recuperarse. Pasa por delante de su foto y la besa; lo mira a los ojos y le sonríe, a pesar de seguir llorando. Se acomoda en un asiento pintado de rojo y se sube la manga del buzo, dejando a la vista su tatuaje con la fecha 30–12–04. Sobre su cabeza, el cartel reza: “PASAJE LOS PIBES DE CROMAÑÓN. JUSTICIA. MEMORIA.”.

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Violeta Cosmano Sánchez

Tengo talento para contar cosas y un poco me la creo, así que vine acá a probar suerte | Escribo para mi, para vos y para otres, bienvenide.