Como el perro que se muerde la cola

Violeta Cosmano Sánchez
7 min readMar 22, 2021

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Hoy me desperté y pensé que iba a poder estar en paz. Creí que no iba a tener que masticarme la bronca de la noche anterior, que había logrado enfriar mi mente para que la olla a presión que era mi pecho, no estallara contra las ruinas de nuestra confianza. Me levanté e hice café. Putee contra mi palta semimadura, iba a desayunar poquito. Le agregué una banana. En el mientras tanto, hacía fuerza para que mi cabeza no fuera hacia escenarios que no existieron, existen, ni existirán. Me aguanto las ganas escribirte y mandarte a la mierda. Respiro profundo, creo que puedo disfrutar de mi falsa calma, me miento a mi misma, me digo que lo estoy logrando. Bruncheo mientras termino un libro que deja más dudas que certezas, el sol brilla y la luz natural me genera una mascarada de bienestar. No me hablaste tampoco, ni para pedirme disculpas, porque no tenes ni un gramo de vergüenza. Porque hoy juegan lo’ pibe’ y eso es más importante que el campo minado que, tarde o temprano, vas a tener que cruzar. Busco planes para salir, para que los rincones de mi casa dejen cerrarse sobre mí, para que haya otro ruido aparte del de mis pensamientos. Empiezo otro libro, pero el runrun se vuelve cada vez más insoportable, como un motor a válvula. Las redes sociales no me distraen, al contrario, muchas cosas traen tu nombre y tengo que sortearlas como un camino lleno de pozos. Insisto y consigo un motivo para irme de mi casa que no sea huir a la terraza. Hablo con mi amiga, esa que te conoce desde que éramos chicos, y le cuento todo. Más bien, se lo vomito, me lo saco de encima como un tapado viejo lleno de pulgas. Me siento avergonzada, a pesar de que ella conozca mis más profundos flagelos y las más truculentas historias familiares. ¿Por qué? Porque es más de lo mismo, nada nuevo bajo el sol. Ella lo sabe y me lo hace saber, pero intenta que no me sienta mal. En realidad lo hace con pena. Creo que en el fondo lamenta que yo aun te siga eligiendo para que me hagas mierda cada vez que te parece un planazo arruinar todo lo bueno que somos por un par de tragos baratos y unas horas de pertenencia. Me dice lo que yo no quería escuchar pero de un modo amigable; me cae menos pesado. “Él siempre fue así, no debería sorprenderte, pero entiendo lo que planteas”. Y la verdad es que yo no se que estoy planteando. No se que estoy esperando. Tampoco sé por qué estoy esperando. Quizás es porque espero tu mensaje que no llega, ese en el que apareces con la cabeza gacha para darme la razón, esa que tuve desde un principio pero tu soberbia me quitó de las manos, para devolvérmela toda maltrecha. Ya no me sirve. Ya no la quiero. No se que quiero. Pienso que estás reflexionando cómo encarar la situación y le pongo épica, la maquillo, para no ver que en realidad estás contando cuántos puntos suman con tu equipo en el torneito de los domingos. Horas después, apareces con un mensaje descolgado, un “hola” totalmente desconectado de la realidad, y encima para preguntar como estoy. Me encantaría preguntarte “como queres que este?” pero seguramente tu respuesta me va a defraudar tanto como tu saludo, entonces me limito a pedirte que no me dirijas la palabra. La velada pasa, me entretengo hablando de otras cosas importantes, poniéndome al día con ella, recordando viejas épocas donde todo parecía más simple. Y si que lo era. Veo tu story, de esas que nunca subís pero tu inconsciente te dice que hoy es el día perfecto para postear una. De paso, le agregas una canción con una letra que habla sobre seguir cada uno por su lado. Te haces el boludo cuando te digo que el mensaje fue captado con éxito. Me despido de mi amiga y le prometo que le aviso cuando llegue a mi casa. Nos agradecemos por el aguante, nos deseamos buena semana y salgo en busca de un taxi. Camino tres cuadras en un silencio que me aturde porque mi cabeza necesitaba ruido y ahora los pensamientos toman la forma de dragones rojos y enfurecidos, que golpean contra las paredes de mi cerebro en busca de salida. Aprieto los maxilares con tanta fuerza que los dientes me empiezan a pasar factura. No me importa, el dolor físico me distrae del dolor emocional. Me subo con un tachero viejito y buena onda que iba rápido y callado pero con una radio agradable. Ni siquiera vi que camino recorrimos. Me pegue a la pantalla del celular y arrojé la primera piedra. Que si hay algo para decir, se dice por acá y no con canciones. Que si, que no, que yo interpreto eso, que no quisiste decir nada. Mando video, la evidencia acumulada, te re-pregunto si no tenes nada para decir. Que ya está, qué está hecho. Pero por supuesto que está hecho, hombre, pero y ahora ¿qué hacemos? Te cuestiono cuando vas a crecer, cuando vas a tomar dimensión de las consecuencias de tus actos. Levanto la cabeza y veo que ya estoy por el Obelisco. Las luces me distraen un rato, recuerdo que es domingo de madrugada, que mañana es lunes y yo probablemente no pueda dormir. Vuelvo a la trifulca. Me encuentro con un “no sé”. Una respuesta que puede ayudarte a escapar de muchas situaciones confusas, pero que conmigo no sirve. Voy a la re-pregunta de nuevo, cada vez me acerco más al hueso, porque así soy, como un taladro. No me siento orgullosa, me encantaría poder ignorarte, ser un témpano como vos, que no siente nada. Que ve como lo construido se viene abajo y solo puede responder “no sé”. Ni siquiera atinas a estirar la mano para salvar algún pacto y sostenerlo, nada. Te echo en cara que me trataste de exagerada, que desautorizaste mi palabra, que sos un falso y un doble moral. Que durante un año mantuviste un discurso, el cual yo me creí de pe a pa, pero el telón cayó y vos solo eras un actor más de la escenografía que creaste de tu propia vida. Que dependiendo la escena, cambias el personaje. Ya no se quien sos. Tu palabra pierde valor en cada mensaje que envías, en cada recuerdo que yo revivo en los que mostrabas ser una persona diferente. Te pregunto cómo hacemos para resolver esto. “No voy a ir nunca más, no hace falta”, pero es que se suponía que eso estaba claro, que se podía ser feliz y pleno con otras cosas. Te compre los espejitos de colores, me creí el cuento del lobo todas las veces para que terminemos acá, a menos de cinco días de hacer nuestra primera compra para ese proyecto que yo creía nuestro y ahora no es de nadie. En Navidad prometiste lo mismo, una semana después casi nos arruinas las vacaciones. Crisis de ansiedad, días sin dormir, dolores de panza. “Perdoname, no lo hago más”. Pero acá estamos de nuevo. Figurita repetida que no completa el álbum. El álbum de las decepciones. Ahora me pregunto cual falta, calculo que tus amigos sabrán cual es. Y lo peor es que estoy acá diciendo “nola-late-nola” por mi propia elección. También me enojo conmigo misma. Y también entiendo que es mi propio deseo de poder armar algo sano lo que me hace seguir tirando de la soga. Porque lo necesito. Porque creía que vos también. Pero de a poco voy entendiendo que preferís seguir sosteniendo círculos tóxicos y vacíos que no significan nada, que son pura fachada, una tarea fácil para quien viene de espacios donde las apariencias valen más que las verdades sinceras y transparentes. Las diferencias las he aceptado, algunas con un trago largo y amargo, porque querer también es eso, querer en lo distinto, en la no coincidencia. En esa aceptación, he sabido renunciar, casi como en una negociación terrorista. Yo te doy, vos me das. Sin embargo, haciendo el balance, me da negativo. Que los partidos, que el cansancio, que el trabajo, que la incapacidad de expresar emociones, que tu duelo, que tu casa, que el superclásico. Y yo te pido tan poco, realmente, es minúsculo lo que pido a cambio. Porque a mi que no vengan con que no se espera una reciprocidad. Sin embargo, mi solicitud es lo mínimo e indispensable: claridad, respeto y cuidado. En las últimas 72 horas, el intercambio se vio interrumpido por tu imperiosa necesidad de pertenecer, de quebrar la ley, de desdoblarte del plano de la realidad, quien sabe con qué objetivo, ni vos debes saber. Y así sin más, reventaste por los aires algo que hace una semana tenía una solidez nunca antes vista. Sería fantasioso creer que lo rompiste porque tenes miedo de no estar a la altura, en realidad vos y yo sabemos que no es lo que queres. Nos seguís faltando a la verdad, intentando convencernos de que si podemos, de que si queres, que vas a estar a mi lado, que lo vamos a disfrutar. Pero si vos no podes disfrutar de nada, ¿qué me estás diciendo? Te pregunto si te puedo llamar y me decís que no porque te estabas yendo acostar. Me parece de otro mundo que puedas tener sueño y ganas de dormir cuando un acueducto romano se desploma ante tus ojos y, pudiendo hacer algo para rescatarlo, elegís descansar vaya a saber uno de que. Te dedico algunas palabras más, de esas que a mi siempre parece que me sobran. De las que sirven para tapar tus silencios, que a mi me parecen agónicos, donde no decís nada y, a la vez, habla mucho de tu desinterés genuino. Indignado me decís que ya te dejé en claro lo que pienso que sos, casi como ofendido. Increíble, todavía te queda rostro para sentirte agredido. Y con cero rescate de todo lo que se está poniendo en juego, me decís que te vas a dormir. De una rey, ahí te ves, avisame cuanto te debo de la tostadora y yo te aviso cuanto me debes de todo eso que fuimos y ya no va a poder ser.

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Violeta Cosmano Sánchez

Tengo talento para contar cosas y un poco me la creo, así que vine acá a probar suerte | Escribo para mi, para vos y para otres, bienvenide.